Le
llamaban agüelete pero su nombre era Martín, el mejor pastor de Griegos y de la Sierra de Albarracín. De joven estuvo en los curas y después se hizo pastor,
mezclando estas dos culturas se nos hizo cazador, 30 años pasteando en zona de
caza selectiva oyó muchos tiros, más de los que debería, mil historias tiene
este hombre y muchas que contaría.
Un día nublo de octubre para la Virgen del Pilar,
mi perro Dardo en la Cruz de Piedra no dejaba de
ladrar.
Ladraba y ladraba y con su ladrido yo sé que era a
mí a quien llamaba.
Corriendo llegue allí, pues no sabía qué pasaba,
cuando yo llegue mi perro Dardo ya callaba.
Un ciervo herido de muerte ante mí se tambaleaba,
nos miramos a los ojos y me pareció que se alegraba.
Esa mirada a los ojos todos años se cruzaban,
cuando en el mes de septiembre en los montes
retumbaba
la berrea que estos ciervos a sus ciervas dedicaban.
Qué animal más bonito, qué animal más impresionante,
el más valiente de todos, el que más ciervas cubría.
El padre de todos los ciervos, el rey de la serranía,
y mirando a los ojos este pastor se afligía.
No llores Martín me dijo, acaba con mi agonía,
estoy herido de muerte y se me acaba la energía.
Se me comen los gusanos y no quiero seguir sufriendo,
llévate este trofeo y me recordarás todos los días.
Tendrás que cumplir una misión que los lobos otros
años cumplían:
acabar con todas las piezas que en el monte veas
heridas.
No quiero que les pase como a mí, que no se alargue
su agonía,
que no se las coman los gusanos estando vivas todavía.
Por ser trofeo de oro, por ser una maravilla,
los cazadores de la sierra lo buscaban todos los días.
Y no les diré a nadie lo que tus cuernas decían,
mi perro Dardo y yo le ayudamos a terminar con su
agonía.
Martín
Sorando